Todavía el mes pasado comentaba algo sobre la relatividad del tiempo. El real, no el teórico, con todo respeto para los físicos y matemáticos que elaboran complicadas hipótesis sobre el espacio-tiempo.
Decía que cada etapa de la vida le da diferente dimensión al tiempo. En la infancia era algo así como luuunes, maaartes, miéeeercoles, jueeeves, vieeernes, sábado y dooomingo. En la adolescencia y juventud, los dos últimos se convirtieron en sábadodomingo, para pasar en la edad adulta a ser viernessábadodomingo y terminaron siendo simplemente fin de semana o “fin de”.
Apenas ayer vi un comentario sobre el jueves, llamándole “viernes chiquito”. ¿Se extiende el fin de semana? De seguir así, la semana se limitará a dos días: el lunes y el “fin de”. ¿A dónde vamos a llegar?
Díganme si no, apenas estamos digiriendo el pavo y ya estamos a punto de comer el pib o el pan de muerto. ¡Cómo se ha reducido el tiempo!
Se burlan de los viejos porque arrastran los pies al caminar.
“Patinadores” les llaman. Grave equivocación, no es que caminemos lento, es que estamos tratando de marcar el paso, porque con la velocidad a la que vamos, mañana en la tarde se acaba el mundo y nos perdemos la diversión.
—¿Qué te pasa escribidor? ¿Por qué tanta alharaca con la carrera del tiempo?
Pues ya que me lo preguntan, me avisaron que a mediados de noviembre será la comida con mis compañeritos para celebrar un aniversario más de nuestra salida de la secundaria y lo que me dicen es escandaloso: que son sesenta y tres años.
¡63 años! No puede ser. ¿Qué pasó? ¿A dónde se fueron? ¿Será realidad aquello del túnel del tiempo?
Hay que pisar el freno, no podemos seguir así. Pero parece que el mundo de ahora tiene prisa. Allá ellos, a mí que no me esperen, con calma y nos amanecemos.
Dahemont/ Pedro Francisco Rivas Gutiérrez…