Se escuchó, fuerte y claro, en las humildes casuchas de los más pobres entre los pobres, las “Madres Buscadoras de hijos y parientes desaparecidos”, de los miles o millones de desempleados y desempleadas, de los familiares de periodistas asesinados, amenazados y vilipendiados; de los padres de familia que ya no logran llenar el estómago de sus hijos, quienes a menudo se acurrucan en el suelo con el estómago vacío.

El grito emergió de la desesperación de quienes claman por justicia en un mundo que parece haberse olvidado de ellos. Se alzó desde las entrañas de comunidades que viven al borde del abismo, donde la promesa de un futuro mejor se disuelve en la cruel realidad de la escasez y la represión.

Se escuchó en los mercados donde el hambre es una constante, en los barrios donde la violencia se ha convertido en una sombra omnipresente, y en las calles donde el eco de los llantos y los lamentos se mezclan con el ruido de la indiferencia. En cada rincón, en cada hogar, el grito resonó como un llamado a la acción, una súplica por la dignidad que les ha sido negada.

Este grito, cargado de impotencia y esperanza, es un reflejo de la resistencia frente a la adversidad. Es una declaración de que, a pesar de la opresión y el sufrimiento, la voz de los oprimidos no se ahoga ni se silencia. En la penumbra de la desesperanza, el grito se convierte en un faro que guía la lucha por un cambio que, aunque distante, sigue siendo posible.

El otro “grito”, el del “triunfalista que doblega mediante mendrugos a una raza que se decía de bronce y hoy son tildados de “Chairos”, de una caterva de dique legisladores que no se atreven a quitar una pinche coma, ahí están, en su zócalo cual corralito de oprobios y desvergüenzas.Amén…

Cuco Mora/ Dahemont…

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