Tensiones en el Este

En semanas recientes han surgido tres focos de tensión en el ámbito dominado en décadas pasadas por la hoy extinta Unión Soviética. Primero, las elecciones presidenciales realizadas el 9 de agosto en Bielorrusia derivaron en acusaciones de fraude y en una confrontación que no cesa desde entonces, entre el presidente Alexander Lukashenko, quien se religió en el cargo por enésima ocasión desde 1994, y una oposición variopinta que postuló a Svetlana Tijanovskaya.

Por otra parte, las viejas tensiones entre Azerbaiyán y la autoproclamada república de Artsaj, situada en el territorio de Nagorno Karabaj, de mayoría armenia, derivaron en una nuevo ciclo de episodios bélicos en los que han muerto ya cientos de civiles, sobre todo a raíz de los bombardeos azeríes en Stepanakert, capital de la región.

Por si algo faltara, los comicios parlamentarios realizados el 4 de octubre, en Kirguistán, desembocaron en una revuelta que obligó al comité electoral de esa república ex soviética a declarar nulos los resultados y mantiene al gobierno del país en una situación virtualmente acéfala.

Hay pocos elementos en común en las crisis referidas. La de Bielorrusia tiene de fundamento la disputa por el modelo y la alineación del país entre quienes desean mantener un Estado fuerte y benefactor, aliado a Moscú, y quienes preferirían colocar a Minsk en la órbita de la Organización para el Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en el contexto de una plena economía de mercado. El conflicto bielorruso tiene, pues, semejanza con las disputas por el poder que han tenido lugar en la historia reciente en Ucrania.

La situación bélica en la zona transcaucásica, en cambio, tiene raíces ancestrales y es de manera potencial más peligrosa y desestabilizadora. El enclave de población cristiana ortodoxa en el Alto Karabaj, que con formalidad se encuentra bajo la soberanía de Azerbaiyán, es anterior a la presencia de los grupos turcomanos que conquistaron la región y se establecieron posteriormente en la actual Turquía para fundar el imperio otomano.

Días antes del derrumbe de la URSS, en 1991, se llevó a cabo allí un referendo, en el que ganó por abrumadora mayoría la opción de la independencia, lo que a su vez dio lugar a una guerra entre Azerbaiyán y Armenia que culminó tres años después en un alto el fuego provisional y en un precario impasse en el que Bakú sigue reclamando la soberanía de Nagorno Karabaj y Ereván, que defiende el derecho de la república de Artsaj a la autodeterminación. La faceta más peligrosa del conflicto es la disposición de Turquía a intervenir con medios militares en favor de Azerbaiyán, lo que podría llevar a una guerra abierta que involucraría a cuando menos tres países.

Por último, la inestabilidad política en Kirguistán es resultado de los desacuerdos internos y la fragmentación de la clase política gobernante, y parece inscribirse en la serie de revueltas que han depuesto a sucesivos gobiernos desde la desaparición de la Unión Soviética: la llamada Revolución de los Tulipanes (2005) y la revuelta de Osh (2010). Tanto en la circunstancia kirguisa como en el conflicto entre azeríes y armenios del Alto Karabaj, el gobierno ruso tiene, en tanto que heredero distinguido del poderío soviético, la posibilidad de intervenir como mediador principal.

En Bielorrusia, en cambio, existe el riesgo de que la Unión Europea y la OTAN intenten explotar la crisis para expandirse hacia el oriente y ganar a un nuevo integrante fronterizo con Rusia. Cabe esperar que tal escenario no se concrete, pues conduciría a un nuevo y peligroso ciclo de tensiones Este-Oeste.

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